La palabra me precede. Yo precedo a mi experiencia. La experiencia huye de la palabra.
Vivir y hablar son opuestos por el vértice: preciso relegar (del latín relegāre, "desterrar de un lugar") momentos de existencia para tomar la pluma - tal vez seamos todos, un mismo y único poeta -. Momentos sin los cuales la tinta es - ¡ah, las ironías! -, muchas veces, transparente.
(... el viejo recurso de echarle la culpa a la tinta.)
Ser lingüista invertebrada, cefalotórax literario que destierra la experiencia, no me queda bien. Visto la semántica como un corsé, tejo diestramente un laberinto retórico, pero lo reconozco: no me queda bien.
Nada como caerse de un espejo o de un texto propio para descubrirse efímero.
Quizá la escritura y el suelo sean los bordes de la muerte.
La muerte es un regreso al lugar donde comenzó todo.
ResponderEliminarCaigo en la tentación del delito, y me lo robo!! :)
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