En tanto escriba, no puedo ser leída.
Mis rasgos están a resguardo, lejos del papel; no se pueden intuir en unos pocos versos.
Ningún hiato es el espacio entre las sienes; ningún acento es el destello de los ojos y ningún punto delimita la profundidad de las pupilas.
Ningún guión es el rictus de los labios.
El problema - diría Steiner - es la música.
Los ojos son la ventana del alma; la música, su lengua. Cuando canto, cualquier intención deja su huella en el cuerpo - en el mío; en el de quien me escucha; en el de quien canta conmigo -.
En mi voz se insinúa el movimiento de mi cuerpo; a través de sus inflexiones, de sus matices, de sus pausas y ritmos, cada uno de sus gestos.
En mi voz estoy sitiada y desnuda: expuesta.
Escribiendo soy translúcida;
cantando soy visible.
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