martes, 1 de abril de 2014

Girar el universo

En algún lugar leí una vez que cuando ocurren los grandes cambios en la vida, los saltos cuánticos, los giros decisivos, no suenan trompetas ni tañen campanas. Los momentos más importantes de una vida no hacen brillar en el cielo fuegos artificiales; no coinciden con estrellas fugaces. Ocurren en silencio y a veces, en la oscuridad.

El agua llegó sin previo aviso, sigilosamente, durante la noche. El ruido me despertó después de un rato, pero para entonces mi mundo había cambiado por completo. Mis pequeños tesoros ya no estaban; páginas empapadas y enmohecidas, el retrato de quien en algún momento fui. La despedida fue corta y no dio tiempo a la tristeza. El agua se llevó el testimonio tangible de mi pasado.

La gente que nos conmueve, que cambia el rumbo de nuestros pasos, tampoco anuncia su llegada. Sonríe apaciblemente una mañana o nos saluda distraída mientras hojea una revista. A veces cruza la puerta del café y nota, antes que nosotros, que algo mágico acaba de ocurrir.

Mi historia es una de ésas, que empieza con el agua y termina con puertas que se abren. O termina con el agua y después empieza, por segunda vez, con alguien que pasa por delante mío y me mira. Yo soy el silencio de las campanas; no reconozco la magia cuando ocurre. Pero - y esto es lo maravilloso - nunca importa si yo lo advierto a tiempo, o quizás nunca: el universo giró, y mi mundo nunca vuelve a ser el mismo.


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